El otro día
escuchaba en las noticias una nota acerca de las desventajas a la salud que
produce el uso de la sal; Incluso, algunos restaurantes quitarían los saleros
de sus mesas con la intención de que los comensales hicieran conciencia sobre
su uso.
Días después
de eso, mientras comía en un restaurante, sentí la necesidad de ponerle sal a
mi platillo (en ese restaurante aun había saleros en la mesa) lo hice aun
sabiendo de aquella noticia, y plenamente consciente de los posibles efectos
que su uso continuo me dejarían.
Sin embargo, sin sal mi comida sabia tan simple y aburrida, no era un golpe de
sabores a mi boca, mucho menos un momento agradable y suculento que valiera la
pena para mi.
Con esta
serie de eventos pensé en lo aplicable que es esto a la vida diaria. Todo el
tiempo tenemos situaciones que nos afectan, nos dan problemas o nos sacan de
nuestra “zona de confort” y aunque
nosotros mismos tratemos de “evitarlos” realmente no deberíamos sacar esos
complementos de nuestra vida. La vida se tornaría simple y aburrida sin esos
problemas que nos motivan a superarnos y a tener objetivos de vida.
Termine mi
comida con una buena dosis de sal (¡al diablo la salud!) disfrute mucho mi
momento, pague y me retire del lugar. Sin duda alguna había tomado la decisión correcta.
Así que la próxima
vez que vayan a comer recuerden un poco
de estas palabras, reflexionen y piensen un momento:
¿Qué tanta
sal le quiero poner a mi vida?

1 comentario:
Mucha sal también puede amargar la vida. Just saying.
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