El otro día, mientras caminaba alegremente por la calle,
pude escuchar la conversación de dos niños. Al parecer estaban peleando por algún
motivo y la conversación había llegado a su punto más encolerizado, uno de
ellos le grito al otro: “tu cállate, tu eres un maricón” y el otro, durante una
fracción de segundo quedo atónito, al parecer ofendido por aquel comentario, y
en su inocencia no pudo más que recurrir a una defensa básica: “Yo no soy maricón,
¡tú eres!”
Seguí caminando y me lleve es información, el intercambio de
“insultos” del que había sido testigo, y fue entonces cuando pensé… ¿Qué fue lo
que sucedió? Al parecer el arma infalible en caso de conflicto, es llamar a tu
rival “maricón”, acusarlo de ser homosexual. Y analizando la situación me
produce pensar que vivimos en una sociedad donde ser homosexual aun es un
delito o mejor expresado un PECADO.
Haciendo más análisis sobre la sociedad en el que nos tocó
vivir, me doy cuenta de que vivimos en una doble moral constante; no solo ser
homosexual sigue siendo algo “malo”, también vivimos en una sociedad donde se
nos educa para hacer el amor en la noche, con la luz apagada, bajo las sabanas
y solo para engendrar hijos.
Vivimos en una sociedad donde una pareja besándose en la
calle es cosa de un “par de arrechos”, pero estamos tan atentos a los muertos
de la sección policiaca del periódico, al grado de decir que, cuando no hay
asesinatos, el periódico “no viene bueno”
Vivimos en una sociedad MACHISTA donde el padre sigue siendo
el amo y señor de la familia, la esposa y las hijas tienen la obligación de
SERVIR al hombre y atender sus caprichos no importa cuales sean (si, los
sexuales también aplican)
Vivimos en una sociedad donde el éxito de los demás es mal
visto, pero los errores son comentados y divulgados en cualquier ambiente,
desde el lavadero de la vecindad hasta el inbox del Facebook.
Vivimos en una sociedad donde al hablar de novelas, nos
referimos a las que pasan por la televisión y no a un buen libro.
Vivimos en una sociedad donde pretendemos ser buenas
personas por TEMOR a que “Dios nos
castigue” en lugar de realizar acciones benéficas para fomentar el bienestar emocional
propio.
En fin, los ejemplos sobran, pero la idea es clara, debemos
eliminar esos prejuicios que nos limitan y nos impiden crecer, debemos acabar
con las ideas retrogradas que no tienen lugar en una sociedad más abierta y
cambiante.
Ojo, tampoco podemos dejar de lado los valores y las
estructuras que nos forman como personas, pero, si en nuestros teléfonos siempre
eliminamos las aplicaciones que no nos sirven, ¿por qué no hacerlo con nosotros
mismos?

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